lunes, 12 de marzo de 2018

Un pingüino en mi salón


Mañana de Martes. El día amanece tranquilo. Después del desayuno y el aseo, salgo de casa camino al trabajo con una extraña sensación. Algo me dice que mi día será de esos que se quedan para siempre en la memoria, como cuando dejas de usar pañales o firmas tu condena hipoteca.

La jornada laboral transcurre sin contratiempos. Bueno, sin contar que hoy había otra manifestación en el trabajo exigiendo la compra de cápsulas Nespresso en lugar de las Hacendado. Parece ser que ya se han intoxicado dos personas. Estas protestas de cada vez son más violentas. La última vez le lanzaron al jefe un Nokia 3310 con ánimo de hacerle daño físico grave, pero se salvó cuando otro se lanzó a por el móvil marchándose a todo correr con él, parece ser que hay gente que aún les tiene mucho aprecio.

El caso es que llego a casa, mi santuario a pesar de ser un piso compartido, donde me relajo con mis lecturas y mis divagaciones. Mi pensamiento de la semana iba sobre el materialismo. La anterior semana encontré una caja con recuerdos de un viaje que realicé hacía ya nueve años. Me gustó rememorar situaciones y sitios mirando objetos materiales en lugar de fotos pero no podía evitar pensar que si hubiera un incendio perdería estos recuerdos y no es bueno aferrarse a nada material. Deberíamos aprender a estar contentos con lo que tenemos en lugar de querer más y más o acumular por acumular.

Pero es inevitable tenerle cariño y aprecio a un objeto inanimado, material y que no te aporta nada realmente, su valor es una impresión totalmente subjetiva.

Mi lupa, por ejemplo. Tengo una lupa que me regaló mi abuelo poco antes de fallecer. No es bonita, ni tiene un valor económico apreciable. Simplemente me fascina pensar que mi abuelo la usaba en su trabajo cotidiano. Desde entonces ha estado conmigo y le he dado mucho uso. Me gusta usarla para acercarme a otra realidad imperceptible a simple vista. Vale un mundo para mí.

De repente oigo un ruido que me hace regresar al mundo desde mis cavilaciones. Algo así como un pato que no sabe cantar. Yo estaba sentado en mi butaca, sin quitarme aún el abrigo aunque sí los zapatos (lo hago para relajarme, estoy cinco minutos hasta reaccionar de nuevo) y veo cruzar por la puerta un extraño ser blanco y negro. Mis ojos se abrieron tanto que comenzaban a replegarse sobre sí mismos. Me levanto y noto algo resbaladizo en mi pie... lo miro, una pequeña masa blanca muy alargada que desprende un fuerte olor a pescado podrido. Primer pensamiento material: Mis calcetines favoritos, a la basura que van a ir después de esto.

Sigo caminando descalzo y escucho el sonido de un objeto caer al suelo y estallando en pedazos. Corriendo me asomo y veo en el suelo trozos de lo que era un bonito jarrón chino, pero traído de la China de verdad y no del comercio de la esquina. Un bonito y especial recuerdo perdido. Material.

De golpe, ese canto de pato mareado de nuevo. Levanto la vista y veo a un pingüino subido encima de la silla de mi escritorio. Él también me está mirando a mí. Mi cerebro está totalmente inoperativo, incapaz de computar lo que ven mis ojos. El pingüino cambia su mirada a lo que hay encima del escritorio. Como si me leyera la mente, posa su vista en mi lupa, MI LU-PA.

Fue tan rápido que no aseguro que ocurriera exactamente así, pero mi sensación es que volvió a mirarme mientras yo arrancaba a correr a la velocidad del rayo desgarrando un gran y alargado “¡NOOO!”, el pingüino levantó sus alas y con una de ellas empujó mi preciada lupa al suelo.

Ahora mismo estoy con Germán, mi compañero de piso. Parece ser que se ha encontrado al pingüino en un contenedor (lo más normal del mundo) y ha pensado que era una fantástica idea el que lo tuviéramos de mascota. Nada más meterlo en casa, se fue a comprarle comida. En mi mano, la lupa con la óptica crujida. Aún se puede ver a través de ella, pero ahora además de aumentar la realidad y la trastoca a modo de caleidoscopio amplificador.

El pingüino me ha enseñado sin querer una gran lección y me ha resuelto el pequeño debate interno que tuve durante la semana. El materialismo nunca es bueno y hay que procurar hacer lo posible para desaferrarse de todo objeto y nunca dotarlos de más simbolismos del que puedan tener.

Quizás es por eso por lo que he accedido a la insensata idea de acoger a un pingüino como mascota. Germán se siente mal por lo de la lupa, pero yo no. Me he quitado un peso de encima. Y viéndolo de otro modo, ahora la dichosa lupa es más especial porque tiene otra historia que contar.

lunes, 5 de marzo de 2018

La lupa rota

De un tiempo a esta parte comencé a perder unas prácticas y costumbres para ganar otras diferentes. Las cosas cambian y evolucionan, a veces a mejor, a veces a peor. Y como la vida da vueltas y vueltas, ahora de nuevo intento retomar esas costumbres olvidadas que, cosas de la vida, tocaban el campo de lo creativo, como hacer fotos o escribir... pero me veo sentado delante de la pantalla y del teclado y mis dedos sencillamente no fluyen. Es como el tractor que ha estado en un rincón del cobertizo que se dejó el abuelo aparcado antes de fallecer y nadie más usó. Abandonado, polvoriento y oxidado. Y entonces decides arrancarlo. Pero no funciona, necesita una puesta a punto. Engrasar, limpiar, mover... Cuesta arrancar la maquinaria, volverla útil.

Así me siento. Me cuesta escribir, desarrollar una idea y lo peor, sacar a relucir un sarcasmo desahogador y curativo. 

Hace unos años preparé otro blog (además de este), compré un dominio de Internet y me curré un diseño web para publicar bajo dos seudónimos un relato por capítulos. La propuesta era mezclar mis pensamientos y cavilaciones con un relato de ficción. Su título fue "La lupa Rota". (por un tiempo, el dominio, www.laluparota.com fue mio). La intención era buena, pero la falta de motivación y diversas circunstancias hicieron que se quedara ahí, como si fuera parte del tractor. Así que creo que estaría bien aprovechar lo poquito que hice y obligarme a tener esto atendido y seguir el hilo donde lo dejé. 

La lupa rota trata sobre dos compañeros de piso. Uno, Len Colin, sensato y tranquilo y el otro, Germán, un poco locaza y dicharachero que ven rota su rutina cuando este último se encuentra en la basura a un pingüino y deciden adoptarlo de mascota.

Un amigo me preparó un boceto del diseño de personajes. Los dos compañeros de piso aparecen "apingüinizados" aún siendo humanos, pero era una forma de reflejar cómo sus vidas iban a cambiar a raíz de la adopción.

Así que en breve comenzaré a publicar y a forzarme y violarme a mi mismo para escribir y  ver si la mala baba y las musas me perdonan y deciden visitarme de vez en cuando. Todo es empezar.