martes, 10 de abril de 2018

La teoría del bebé



Llevamos una semana con el bicho y aunque ya estaba arrepentido de la decisión de quedárnoslo tan sólo una hora y tres cuartos después, estoy empezando a cogerle el gusto. Al principio se hacía complicado. No es legal tener un pingüino en casa así que me siento como si fuera un alemán con una familia de judíos escondida en el sótano de mi casa en plena guerra.

Todavía no hemos encontrado un nombre, pero algo se nos ocurrirá. A pesar de que los primeros problemas son el alimento y (sobretodo) cómo resolvemos sus fantástica forma de defecar (lo explicaré en otra ocasión), mis pensamientos se centraron en intentar averiguar el porqué de la absurda decisión de quedarnos con un pingüino en casa con todo lo que ello conlleva (sea ilegal o no).

Supongo que a Germán y a mí nos ha pasado algo similar a lo que les pasa a esos amigos a los que nunca les vi interesados por niños, o que incluso les ignoraban cuando andaba algún pequeño cerca y que llegados a una edad, de golpe, quieren ser padres.

Aclarar primero que Germán y yo no somos pareja. Esto, hoy en día, hay que dejarlo claro, porque he de reconocer que el hecho de tener un compañero de piso con más pluma que el propio pingüino, ha mermado sensiblemente mis posibilidades de conocer alguna chica. Eso lo trataré en otro momento también…

Mi teoría del “interés repentino en esas cosas que se llaman niños” se basa en cuatro factores: las normas sociales, el instinto primario más animal, el asentamiento de la vida y el miedo. Lo primero es lo que más pesa. La sociedad nos dice que debemos casarnos y tener hijos (cuánto daño ha hecho la religión y Disney). La tremenda mayoría de personas que se casan y tienen hijos realmente no quieren hacerlo, pero la falta de pensamiento crítico produce un comportamiento zombie y se mueven por inercia. Por eso, a los solterones como yo, nos tratan con una condescendencia nacida de la lástima que nos tienen, porque creen que no hemos conseguido aún nada en la vida.

El instinto animal de tener descendencia lo tenemos grabado en los genes, es verdad. Pero se puede modular perfectamente, como el instinto de caza. La inteligencia nos ha hecho racionalizar muchos instintos y podría ser clave para determinar el nivel de intelecto de cada uno. Por ejemplo, siempre pensé que los cazadores tienen una evolución cerebral más corta que alguien que usa la escopeta para disparar a platos volando. Uno aún sigue con mucho de “Homo erectus” y el otro ya es más de “Homo sapiens”.

Pero el factor más determinante y que condiciona hasta los que no siguen tanto las normas sociales, es el de la rutina. Ese es que el que creo que me hizo adoptar al pájaro que no vuela.

Cuando superas la treintena y tienes una vida más o menos establecida, esto es, un trabajo estable y vivienda (aunque sea un alquiler compartido y tengas que escuchar cómo fornica tu compañero en la habitación contigua) el tedio puede llegar irremediablemente como te descuides. Y esto es sencillo. Las amistades comienzan a cumplir con las normas sociales. Ya están casados y comienzan a reproducirse. Por tanto, su actividad se reduce básicamente a trabajar, comer y cambiar pañales. Tu teléfono deja de sonar y tus planes de fin de semana comienzan a reducirse a  leer libros y ver pelis encerrado en casa de viernes a domingo.
Sin darte cuenta, los momentos de aburrimiento son cada vez más comunes y tu cuerpo pide algo de acción. ¡Ahí está! ¡Ese es el momento! ¿Solución ideal? HIJOS. Involuntariamente, tu cerebro sabe que un hijo te obligará a estar activo el 100% del tiempo, tanto mental como corporalmente. ¿Aburrimiento? Ninguno.
Ese es el verdadero “Reloj biológico”.

A todo esto hay que sumarle otro factor importante: el miedo. Los 30 años son la transición en la que dejas la juventud y entras en la madurez. Comienzas a plantearte el resto de tu vida. Unos hijos te aportarán un apoyo en la vejez, en la enfermedad y en la soledad.

Aunque este último no creo que tuviera ninguna influencia en mi decisión con el pingüino, sí que me siento identificado con la situación de rutina y de caída en picado de la vida social. ¿Qué mejor chute de vida que tener un animal clandestino y raro en tu casa? ¡Mucho mejor que un bebé! Al menos el pájaro-aún-sin-nombre no llorará toda la madrugada.

Espero que esto no sea otro problema añadido en mi ya complicada situación sentimental.

Vaya… he abierto por un segundo la boca para respirar y me acabo de tragar una pluma. Por suerte después de un ataque de tos le ha expulsado. Creo que esto no pasa con los bebés. Voy a enjuagarme la boca con lejía.

martes, 3 de abril de 2018

Un paseo por los nombres del mundo. Parte I

No pretendo ser ni original ni innovar con artículos como este. Voy a hacer un pequeño compendio de poblaciones con nombres curiosos que he ido encontrando por esos mundos. Artículos como este, a miles hay por la red. Pero es mi blog y me lo f*ll* como quiero. Y como además no gano un duro, pos ale, el nardo me dice que lo haga. Para ello he investigado un poco, me he documentado e incluso he visitado alguna de estas poblaciones (las he visitado de pasada, no a propósito para escribir el artículo, que quede en cuenta).

Empezaré por el gran pueblo de Cornuda. Ubicado muy próximo a la más conocida ciudad de Venecia, esta población goza de bonitas iglesias, plazas y calles dignas de retratos fotográficos. Según dicen las malas lenguas, su nombre viene del latín y no tiene nada ver con lo que todos tenemos en mente, pero existe otra versión más verosímil (porque lo digo yo) que indica que el pueblo se llamó así debido a dos colinas que se asemejan a unos cuernos y están a los pies de la localidad. Todos sabemos que este pueblo es el retiro espiritual de la Reina Sofía, aquí ella se dedica a hacer charlas a las mujeres sobre el amor propio y el empoderamiento... el empoderamiento para aguantar carros y carretas y no hacer caso de habladurías y mamandurrias sobre tu matrimonio. ¡Qué sabe nadie!

 Aquí tenemos a la población más famosa de todas. Constante Trending Topic del Twitter. En boca de todos y en toda la boca. Hablamos de Zas. Pueblo popularizado en la serie de TV "Padre de familia" (ver en este vídeo uno de los habituales momentos en los que hablan de esta localidad), famoso allende los mares.  Lugar idóneo para pasar el día, comprando en su popular Supermercado Claudio o comiendo una apetitosa y típica pizza gallega en el restaurante Tívoli. ¿Quién no ha deseado llevarse un "Zas en toda la boca"?



Hablemos ahora de Turquía. Gran país donador de multitud de nombres geográficos interesantes. Al menos dos... Bueno, esta vez os hablaré de Konya. Es decir, voy en serio (por si dudabais), que no me refiero a ir de coña, es decir, que no quiero ser machisto y hablar de coños y coñas y coñxs. A ver, un momento, que no se me malinterprete, es cierto, este lugar existe y no voy caer en la gracieta de decir que sus habitantes son coñeros y coñeras. Joder, vale. Estoy cagado, no me mola el Erdogan y no vaya a ser que me investigue y me detenga... no... si, me mola, viva y vota (o no ¿pa qué?) a Erdogan, pero me mola no en plan insinuando que él sea gay o algo... mierda mierda mierda... hablaré de otra población...

Acabamos esta ruta turística, de momento, por el pueblo de Pechón, Cantabria. Qué podemos decir de este gran lugar, característico por sus pájaros, sus aceras y sus árboles. Incluso tiene casas con puertas. Ínclito pueblo que podría deber su nombre al famoso Hulk, que tenía un pechote enorme y verde. Aunque la fantasía popular lo atribuya a la visita que hizo Pamela Anderson al pueblo allá por el siglo XVIII. Importante al pasar por aquí hacerse las fotos enseñando pechote y compartirlo por Instagram, aunque si eres mujer lo más probable es que te lo censuren.

Pongo fin así a la primera entrega, sigo investigando y metiendo mi cabeza en toneladas de libros históricos para traer vericidad y objetividaz, como si fuera un periodista del ABC o de La Razón.