miércoles, 15 de abril de 2020

Chico conoce chico

«Chico conoce chico».

El inevitable comienzo de una posible película romántica del, por fin, diverso siglo XXI. Y es que aquí me hayo, un mes de confinamiento y ya hago uso de la droga dura en forma de películas románticas. Son tan falsas y no llego a entender porqué no son capaces de reflejar la realidad. A medida que me imagino un guión de cómo sería una historia auténtica de pareja me voy dando cuenta de los motivos. La película acabaría enseguida y no la vería ni el tato.

Dos hombres se conocerían en una red social. Probablemente fuera así también en la vida real. Los heteros creen que lo tienen difícil para encontrar pareja, eso es porque desconocen el mundo LGTB. ¿Dónde conocer a alguien que no sea a través de las app o de los bares?

El guión indicaría que el mejor amigo del personaje principal sería quien incitaría a este a abrirse un perfil. La cámara enfocaría la pantalla del móvil con Grindr o un sucedáneo para no pagar derechos de autor, con una lista de hombres, todos guapos y con fotos de cara, sonriendo, dispuestos a conocer a alguien. En la vida real, las fotos de cara en esas aplicaciones son un oasis en el desierto. Lo normal son paisajes, torsos desnudos o caras cubiertas con gafas de sol. No quiero ser hipócrita, yo mismo he usado fotos de paisajes en algún momento. Cada uno tiene sus motivos, pero la palabra “discreción” como eufemismo de “estoy casado con una mujer y no quiero que nadie se entere que me van los rabos” es lo más común.

El romántico guión prosigue su curso. Las charlas a través del móvil denotan el interés por mantener un contacto y conocerse, pero un miedo latente a hacerlo en persona. Un mes después el protagonista y su partenaire deciden quedar por fin. Una cita cultural quizás, un teatro, un cine. Después una distendida cena seguida de un paseo y cada uno a su casa. De vuelta al mundo real, lo más probable es que con sólo un par de días de charla, si no menos, la cita hubiera sido en un bar y luego en la cama de uno de los dos. Menos romántico, pero nada que objetar. Las películas de amor siempre retratan a personajes sin aparente mácula o de una imperfección muy suave. Sensatos, con buen comportamiento y buena charla, gente con la que nos podamos sentir identificados aunque nadie sea así realmente.

Nuestro protagonista estaría feliz por lo que ve y vive pero tendría miedo que el otro le pudiera herir. Al otro le gusta lo que está viendo, pero prefiere mantener su orgullo y no mostrar su lado inseguro. Esto sería el nudo que toda historia debe tener, una tensión sexual no resuelta. Además, los protagonistas son gente guapa físicamente. De vuelta a la realidad, uno sería un poco feo y el otro tendría o barriga o un culo enorme o las dos cosas. Los que se saben guapos y buenorros miran a los demás por encima del hombro pero necesitan sentirse atractivos para suplir su falta de autoestima. De esos es mejor huir en línea recta. Y luego están los que se quieren demasiado a sí mismos que viven en una realidad paralela sin darse cuenta que son un horror tanto física como interiormente. Y para lelos ya están ellos.

Después de varias citas, todas estupendas, el prota hace esfuerzos por intentar ver al otro sólo como un amigo y así evitar esa hipotética herida que le puedan infringir, y no lanza señales de querer algo más allá. El otro procura seguir su vida porque tiene miedo de no ser correspondido, es orgulloso y al no ver avances en la relación, no se muestra abiertamente interesado con el protagonista. Sería un círculo vicioso donde los dos quieren pero ninguno daría el paso. Este punto realmente ya es pura ficción, no hay comparación en la realidad, ya que llegados a este estadio de la relación se darían tres casos. En el primero de ellos, hay un segundo polvo y entonces ya se consideran novios (al tercer encuentro de cama, uno de los dos se quedaría a vivir en la casa del otro). En el segundo caso, después del primer polvo, se va todo el interés y no se vuelven a llamar. La última posibilidad es que uno de los dos quede colgado pero el otro no, por lo que el final también suele ser que no se vuelven a llamar.

La película ha cruzado ya su ecuador, el personaje principal se debate entre confesar sus sentimientos o seguir protegiendose. El otro conoce a un tercero y decide comenzar una relación con ese aunque su corazón esté todavía ocupado (y su orgullo intacto al haber permanecido impasible). Aquí podría pasar un clásico en estas películas, y es que los amigos del protagonista le animarían a conocer a otras personas para así olvidar y se daría la clásica escena de citas imposibles e histriónicas. En la vida real, si los amigos le presentan a alguien, probablemente ya se conozcan de antes. Y es que, por mucho que les cueste entenderlo a los heteros, el colectivo homosexual (cada letra con lo suyo) ya se conoce bastante bien unos a otros. Somos pocos los que llevamos abiertamente nuestra sexualidad y viviendo en una isla o en ciudades pequeñas, el dicho de “hay más peces en el océano” no es aplicable. Estamos metidos en un acuario de esos redondos con piedrecitas en el fondo donde sólo puedes dar vueltas y vueltas sin parar.

En el film, el protagonista se alegra por el otro e intenta mantener la amistad, a pesar del dolor de verle con alguien más echando por tierra toda posibilidad de una relación. El otro prefiere apartarlo de su vida totalmente para despejar sus sentimientos y centrarse en su nueva relación, aunque sepa que no lo va a olvidar facilmente. Aquí ya divergen los caminos, porque en la vida real si llega a este improbable punto, el que se queda soltero se haría el digno con un “total, yo nunca le quise realmente” y mostraría una indiferencia contradictoria diciendo un “él se lo pierde”. Y si decidieran follar para quitarse el gusanillo se darían cuenta que no son compatibles en la cama y pensarían “¿tanta historia pa esto?”. Pero en una película romántica, todo acabaría bien, al final el protagonista le echaría valor, le buscaría y le diría que le quiere de una manera desgarradora a la par que dulce. El otro reconocería que ha sido un tonto orgulloso y que también le ha querido desde el principio y se besarían.

Ese es el camino fácil. El de no pensar. El de darle al público lo que ha venido a ver. Es cierto que ninguna película romántica (o no romántica) debe tomarse en serio, no deja de ser cine. Hasta en un biopic hay más ficción que realidad. El cine es así. Los guiones de las películas románticas son como la bollería industrial, te gustan, las disfrutas y comerías sin parar, pero tienen tanto azúcar que empalagan y te derriten el cerebro. Ahora tenemos la nueva generación de películas románticas, con tantos ejemplos disponibles en Netflix, tan vacías que dan ganas de meterse los dedos en la boca para vomitar lo que has visto y olvidarlas pronto.

Personalmente soy de finales reales, aunque la película haya sido una fantasía. Como en “La boda de mi mejor amigo”. Acaba como debe acabar una historia. Te devuelve a la realidad antes de los títulos de créditos. Suavemente.

Por eso, el guión que escribo en mi cabeza y que empezó con un “chico conoce chico” acabaría con algo así:

«Chico se siente triste porque se acabó, pero contento por lo que fue».