La velada discurrió como siempre había sido, hablando de banalidades, haciendo bromas, imaginando situaciones divertidas y risas. Muchas risas. Muchas. Aunque el miedo seguía estando presente. Quería saber qué estaba pasando pero temía hacer la pregunta incorrecta y perder ese momento tan valioso. No recuerdo la última vez que reí tanto. Probablemente fue la última vez que habíamos estado reunidos los tres.
Así que me dejé llevar y me quedé saboreando el momento. Al cabo de un tiempo que me es imposible medir, nos levantamos los tres y nos fuimos a hacer lo que habíamos ido a hacer.
Llegamos a casa de Vanesa y mientras Óscar fue a una habitación yo me metí en el dormitorio de ella. Cogí una bolsa y empecé a recoger cosas que le había dejado prestadas alguna vez y que ahí quedaron. O esa era la percepción que tenía. Eran objetos que hacía tiempo no veía y producían esa sensación de familiaridad que te acercan a un momento bueno de tu vida. Eran cosas pequeñas como figuras o pequeños adornos. Extrañamente ahí estaba también el muñeco de peluche de mi infancia, un oso de color naranja al que le puse de nombre Toni. Incluso recorté una T con una tela y se la cosí en la barriga cuando yo debía tener unos 5 o 6 años. Es un muñeco especial que aún conservo y por algún motivo estaba ahí.
Al recoger, los buenos sentimientos de antes se desplazaron para dar lugar a un sentimiento de melancolía. Mientras tenía al osito en la mano, alcé la mirada y en la puerta de la habitación había una silueta. No era corpórea, sólo se le veían los bordes y el interior estaba desdibujado, con un tono rojizo y pequeños puntos negros. Estaba quieta y en silencio. Observándome.
A cada objeto que metía en la bolsa, esa silueta se iba desvaneciendo lentamente. Se iba despidiendo de mi. Y tomé conciencia.
La recordé riéndose de mis tonterías. La recordé haciéndome reír con su risa. Ya no podré hablarle de tantas cosas que nos gustaban sólo a nosotros dos. No tendré a nadie con quién compartirlas.
Sosteniendo la bolsa en la mano y mirando esa silueta mientras desaparecía abrí los ojos despacio. El despertador no tardaría en sonar, así que alargué el brazo, cogí el móvil y lo desconecté. Me puse en pie y fui al baño para hacer el primer pipi el día y comenzar a asearme. La vida sigue. Con menos gente en el vagón, pero sigue.
Nota: Este relato pertenece aun un sueño real que tuve. Creo que fue la manera que encontró mi subconsciente de despedirse.
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