lunes, 12 de abril de 2010

Going through the motions.

Llegó a su destino y aparcó el coche a un lado de la estrecha carretera. Bajó y se adentró en la espesura del pequeño bosque. Enseguida se dio cuenta que aquello era una suerte de paraíso en medio de la rutina.

El riachuelo transportaba el agua de manera sosegada, sin prisas pero avanzando firme. Llevaba consigo una humedad que se impregnaba en las hojas de la vegetación colindante y se condensaba en forma de gotas que caían al simple roce de la rama.

Los pájaros formaban parte del ambiente con sus trinos y gorgojeos. Pero los coches que de vez en cuando pasaban por la carretera recordaban que el mundo seguía ahí, acechando y vigilando.

A pesar de todo, ese rincón también era parte de la realidad. Una realidad que le embaucó y le obligó a recordar sus días pasados de juventud.
Cerró los ojos y se dejó llevar por la magia del lugar. La corriente de agua, los pájaros, la naturaleza, todo en comunión hizo que su mente recordara sus viajes a través de otros mundos, otras dimensiones. Aventuras más allá de las estrellas, donde la mente fuera capaz de transportarle.
Recordó a su compañera de periplos y los lugares que visitaron juntos, unidos por la amistad y la inocencia. Las experiencias vividas y los amigos que les acompañaban en aquellas maravillosas andanzas. La lucha del bien contra el mal, superando pruebas y vicisitudes que jamás creería nadie. Historias que no podían compartir más que con ellos mismos. Detrás de la realidad había mucho más de lo que ninguna persona podía ver, y ellos estuvieron allí.

En algún momento de sus vidas, lo material, lo tangible, la existencia real, hizo acto de presencia para quedarse. Detuvo en seco esas aventuras seccionando el nudo que tenían con las estrellas. Atrás se quedó todo... tocaba despertar y enfrentarse a algo más duro que terribles enemigos todopoderosos, grandes guerreros con espadas o malvados hechiceros. Tenían que mirar cara a cara a la vida.

Abrió los ojos apesadumbrado. Hacía años que no recordaba esos momentos. La naturaleza que le rodeaba le sirvió de apoyo para recobrar poco a poco el sentido de la realidad. Poco quedaba ya de esa juventud. Como si la madurez fuera una enfermedad que hacía que aquellos años quedaran tan lejos que fueran casi inalcanzables hasta por la memoria.

Caminó hasta la carretera, abrió el coche y una vez dentro fue como si el golpe de la puerta al cerrarse fuera un fundido en negro. La magia de la naturaleza quedó atrás. Quizás algún día se daría cuenta que a pesar del aparente olvido, las vivencias formaban parte de él, de su persona, de su carácter, y eso está marcado de por vida.

1 comentario :

  1. Yo creo que todos nos hemos sentido asi en algun momento de nuestras vidas, y la añoranza de aquellos dias donde la imaginación era mas poderosa que la espada hace que duela el corazón, aunque solo sea por unos segundos. Me identifico plenamente con tus palabras, seguire leyendo...

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