lunes, 17 de enero de 2011

Aventuras y desventuras cruzando fronteras.

En mi última mañana bruselense, recibí varias señales que interpreto como un: “Huye de Bruselas o algo malo te pasará”. Quizás exagero un poco, a saber. Para empezar, mi despertador no sonó (en realidad, fue un alarde de sobreconfianza en mi mismo ya que no comprobé si estaba puesto y evidentemente, estaba apagado) y me quedé durmiendo en la cama, despertándome a cada rato y pensando que hasta que no sonara el despertador, habría tiempo para descansar. Cuando extrañado de no tener sueño miré el reloj... uupss... las diez y media, se me quitó el sueño de golpe del susto. El check-out era a las diez. Normalmente no pasa nada, te dejan un rato más pero... ¿Y si, con lo seriotes que son, en este país sí que te cobran el día por salir más tarde de lo concertado? Por suerte tenía la mochila prácticamente lista y pude arreglármelas rápidamente.


Salí a dar mi último paseo por la belle cité y me topé con un grupo de personas patinando sin pantalones y en pañales. Emm... bueno... a ver... ¿Es esto una señal de Sauron o no? Y por último, en plena calle comercial empedrada se me torció el tobillo. No me llegué a caer ni a hacerme daño, por suerte, pero el gentío se giró para ver mi pequeño espectáculo de malabares con la mochila, la bolsa y la cámara de fotos colgando. Esa fue la señal definitiva que quería decir que me largara.
Aún así, desafié al destino y me paré en el museo de historia militar. Estaba prácticamente cerrado ¿por obras? ¿Como muchísimos monumentos por allá donde voy?, sólo se podía visitar lo más espectacular, el hangar donde está la zona de la aviación. Y como su nombre indica, aquí hay aviones, helicópteros, avionetas, tanques, misiles, torpedos... todos reales metidos en una pedacho nave de tres pares de narices.

De allí, fui directo a la estación dispuesto a coger un tren hacia Düsseldorf. Me daba miedo volver a Alemania, ¡con lo raros que son! En el tren me sucedió de nuevo un hecho, a mi parecer, muy irritante. Al lado mio se sentaron unas chicas que no dejaban de hablar y hablar y hablar (bueno, sólo era una... la otra escuchaba). Ya es la tercera chica que me toca en uno de los muchos trayectos que estoy haciendo que no para. Pero cuando digo no parar, es no parar. Ni una pausa. ¿Cómo lo hacen? ¡Es que yo creo que ni respiraba! Bla bla bla bla bla bla. Todo el tren en silencio... y ella dale que te pego. La primera vez que me pasó intenté tomármelo con calma y buscarle el sentido del humor atendiendo al idioma (normalmente han sido en flamenco o en árabe) del que no entendía ni papa e intentando imaginar de qué hablaban. Pero escuchar un tono de voz constante que no deja de sonar y sonar ni un instante saca de quicio a cualquiera. La primera vez era una chica con dos chicos. Ellos participaban un poco en la conversación, no les veía mala cara. La segunda fue una quinceañera con el novio el cual tenía la expresión de estar practicando el método Homer (el cuerpo se queda, el cerebro se va) tampoco logré averiguar si el chico era mudo o qué; y esta última fue más curioso. Una de las chicas, la más normal, estaba leyendo el Corán (si a eso se le puede llamar normal, claro). Otra, superpija o sea de la muerte, la ve desde el asiento de atrás y la saluda. No deja pasar ni un minuto y ya le dice algo que yo interpreté como un: “¿Puedo sentarme a tu lado? Yo también soy islamista y voy a poner una bomba musulmana”. La otra pobre inocente le dijo algo que parecía un “Claro que si, ¡por Alá!” sin saber que lo de la bomba era real, pero en sentido figurado. Me estuve fijando en la cara de la chica “normal” y era de foto. A los cinco primeros minutos era de amabilidad. A los 10 minutos era de: “Alá me está castigando”. A los 20 minutos era yo el que se levantaba y se largaba a otro lugar donde no tener que oír a la pedorra esa.



Entonces me fui a sentar al lado de un chaval que escuchaba música con auriculares y tarareaba de vez en cuando en voz alta... Ains... ¿Qué magnetismo tengo para la gente rara en los trenes? Por suerte, otro chico le llamó la atención y quedó todo el vagón en silencio. Paz... felicidad... relax.
En el viaje que hice yendo de Bruselas a Brujas me senté con un chaval dormidísimo y tirado en los asientos de cualquier modo, con la bragueta abierta y roncando. Vestía decentemente, así que la teoría es que había salido de marcha y se había excedido un poco. En un momento dado, se estiró aún más ocupando con sus pies mi sitio y el de mi acompañante de al lado. El hombre no le dijo nada, pero yo le pegué golpes hasta que conseguí que reaccionara y se colocara. El caso es que cuando le despertó la revisora, el chico, atontado, se dio cuenta que debía haberse bajado en Bruselas. Desde ese momento comenzó a hablar solo y en árabe, maldiciendo, señalando al cielo y mirando a todos lados...

El tema es que estoy de vuelta en Alemania, peleándome con los semáforos de nuevo... Aquí son diferentes a Berlín. Los peatones tienen 3 luces, como la de los coches. En un cruce, veo que está en ámbar (señalizado con una luz cuadrada) y me dispongo a cruzar a prisa. En ese momento, los coches que estaban parados, aceleran y casi me atropellan. ¡No puede ser! ¿Por qué son taaannn chungos estos alemanieschen? Después de arduas investigaciones averigüé el funcionamiento, a ver si alguien le encuentra la lógica funcional. El semáforo de peatones en rojo, el de coches en verde. El de peatones pasa a ámbar y un segundo después a verde. Los coches en rojo. Cuando el peatón vuelve a ámbar, un par de segundos después lo hace el de los coches también, así que ya le pisan al acelerador porque se va a poner verde a la de YA. Y efectivamente. No se ha puesto el de peatones en rojo cuando el de coches ya es verde. (Esto ocurre durante 1 segundo... suficiente para que arranquen a prisa y corriendo). En fin...

De momento no he visto nada de esta ciudad, sólo una par de similitudes con Berlín sobre la luz, por la noche casi no hay alumbrado público. Hay calles que si no es por los letreros comerciales, no ves nada. ¿Es parte de un estratégico plan de ahorros municipal? Y lo más preocupante, en común con Bruselas también, es la cantidad de moros que hay por todo, ya sea con pañuelo o incluso con burka. Prefiero a los guacamayos como inmigrantes que a estos chungazos radicales.

Y con esta seria reflexión, me voy a dormir un rato en el hotel sin internet (Otro punto negativo para esta ciudad a la que acabo de llegar... y van unos cuantos....). Mañana será otro día.

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